sábado, 3 de septiembre de 2016

Francisco, el guardafauna de los casos difíciles


Cuando Francisco Quispe cargó por primera vez un jaguar bebé supo -en ese instante- que quería ser guardafauna. La cría había caído en sus brazos luego de ser rechazada por su madre en la fosa de felinos del zoológico Vesty Pakos; entonces él trabajaba como guardia de seguridad del lugar.

Han pasado 13 años desde su encuentro con el jaguar al que bautizó como Chicho. En la actualidad Francisco, a quien de cariño llaman Pacho, es el responsable de los guardafaunas del zoológico paceño, pero, además, es quien recibe los casos más dramáticos de maltrato que llegan hasta la clínica para animales silvestres de ese espacio municipal.


"Al jaguar Chicho lo conocí el 2003. Necesitaba muchos cuidados y alguien que lo alimente constantemente. Como los guardias estábamos las 24 horas en el zoológico nos lo dejaron. El animalito se acostumbró mucho con nosotros. Incluso hacía rondas por el zoológico con algunos de mis compañeros. Fue entonces que me di cuenta de lo mucho que me gustan los animales y del cariño que sentía por ellos. Por eso, ese año solicité trabajar como guardafauna en el zoológico, por suerte me aceptaron”.

Ya en el zoológico

Francisco comenzó su trabajo en el reptilario, donde se mantuvo durante cuatro años entre cascabeles, boas y yacarés, entre otros, y recibió una serie de capacitaciones. "De niño soñaba con tener un oso o un jaguar, pero entonces no sabía que eso era prohibido”, ríe.

Sin embargo, algo muy parecido a ese sueño se le hizo realidad en 2008. Entonces le encomendaron el cuidado de la osezna Luna, una jucumari de tres meses que había llegado al zoológico desde Cochabamba con una severa desnutrición y estaba maltratada.

"Lunita llegó muy enferma. Trabajamos duro en su rehabilitación junto con los veterinarios y los biólogos. Cuando mejoró, vimos que necesitaba mucha atención porque debía ser insertada con los osos y ése es un trabajo que requería tiempo”, afirma.

De esa forma Francisco se dedicó a atender a la osezna a tiempo completo. "Lunita, al ser tan pequeña, era hiperactiva; entonces, tenía que jugar mucho con ella para gastar toda esa energía. Cada vez que jugaba con la osa, pensaba ¿quien no quisiera hacer esto?”.

Los animales de su vida

El jaguar Chicho y la osezna Luna junto al mono Panchito son animales que marcaron su vida. No sólo porque con ellos descubrió su vocación, sino, porque le despertaron un amor que jamás pensó podía llegar a sentir por los animales. "Panchito llegó muy agresivo. Atacaba a todos los guardafaunas, menos a mí. Tengo la impresión de que me veía como el líder”, cuenta Francisco.

Esa actitud es precisamente la que le permitió en todos estos años atender alrededor de seis casos dramáticos. "Pacho tiene mucha paciencia y temple ante los casos más difíciles. Es bastante sensible, pero a la vez es muy serio y fuerte en esos momentos de dolor que están sintiendo los animales”, dice Andrea Morales, administradora del zoológico, quien durante los últimos años trabajó con el guardafauna.

"Es importante que los animales te perciban como el líder porque así la relación es más sencilla. Si sienten que uno les tiene miedo puede ser hasta peligroso”, dice el guardafauna, padre de una niña de seis años. A Panchito, por ejemplo, el guardafuana tuvo que enseñarle a ser mono, pues sus antiguos dueños lo habían criado como si fuera un humano. "Comía pollo, dormía con mantilla y casi no usaba su cola, que es la que le sirve para trepar”, recuerda.

Su liderazgo también le permitió crecer en el plano profesional. "Francisco aprendió a organizar un equipo de trabajo, que no es fácil... Es lindo ver que toda esa experiencia que logró en todo este tiempo la pone en práctica en pro de mejorar el cuidado de nuestra fauna”, señala Morales.

Un apoyo ante el sufrimiento

Hace un par de años, llegó al zoológico Carmelo, otro jaguar que había sido criado en cautiverio y que estaba aterrado al punto que había dejado de comer. De la única persona que recibió comida fue de Francisco, quien luego de varios intentos le abrió el apetito, luego de untarle alrededor de su boca un poco de caldo de pollo. "Le gustó el sabor y comenzó a recibirme comida, entonces nos volvió la esperanza”, dice.

Más dramático aun fue el caso de Ajayu, el oso jucumari que llegó al zoológico a principios de año, luego de ser cruelmente atacado por habitantes de la comunidad de Vilaque en Cochabamba. Sus compañeros no dudaron, entonces, en encomendarle el cuidado del oso.
"El caso de Ajayu nos consternó a todos, en especial a mí. He tenido el privilegio de ayudarle”, dice Francisco e inmediatamente recuerda cómo el oso, que había quedado ciego por los golpes, chillaba cada vez que escuchaba voces humanas. "Al mínimo sonido y comenzaba a quejarse. No confiaba en nadie, pensaba que seguiríamos atacándole”, rememora.

En todo ese panorama y pese al miedo que el animal sentía por los humanos, Ajayu terminó cediendo al amor de Francisco, quien cuidó de él con dedicación noches y madrugadas incluidas. "Es un apoyo para los animales en desgracia. En momentos de dificultad es quien demuestra mucha seguridad”, dice Morales, quien considera que toda la experiencia como guardafauna le ha forjado ese carácter. "Es un líder en el equipo”.

Por ahora Francisco seguirá con su labor en el zoológico, pese a lo difícil de su trabajo. "Es muy duro ver a los animales así, pero hay que hacerlo porque si no, quién los va a ayudar. No espero remuneración por las horas dedicadas a los animales. Mi mejor sueldo es que ellos estén bien y que sean felices”.


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