domingo, 11 de agosto de 2013

Chalalán Ecolodge es el nombre del amplio espacio de bosque

Una sinfonía de sonidos compuesta por una gran variedad de aves, insectos y monos, además de un abanico de colores formado por las plumas de los pájaros, mariposas, animales, flores silvestres, frutas, diminutos bichos voladores y hermosos paisajes naturales, caracteriza al Parque Nacional Madidi, situado en la región amazónica del norte de La Paz y considerado una de las principales maravillas del mundo.

Chalalán Ecolodge es el nombre del amplio espacio de bosque, organizado y administrado por comunarios del lugar, para brindar al turismo local e internacional una inolvidable estadía, aventura y descanso en medio del imponente entorno del Parque Madidi.

En el lugar me sentí como uno de los visitantes de La Isla de la Fantasía, la serie televisiva de la década de los años 80, encarnando a un explorador durante un safari de aventura o quizá al personaje bíblico Adán, en su paso por el paraíso. Gracias a los paisajes y sonidos de Chalalán, evoqué películas como Avatar de James Cameron, Parque Jurásico de Steven Spielberg o Tarzán de los Monos de WS Van Dyke.

La travesía fluvial

A sólo 45 minutos de vuelo desde La Paz comienza una aventura inolvidable. Todo se inicia en Rurrenabaque, una hermosa ciudad intermedia de colorida vegetación y caudaloso río.

En su puerto espera al visitante un guía, integrante de la legendaria cultura tacana, quien nos da la bienvenida y nos pide abordar un bote de madera a motor, largo y delgado, también conocido como chalana. Tiene una cubierta superior que permite dar sombra y respirar aire fresco durante la travesía acuática por los ríos Beni y Tuichi.

Las cinco horas que dura el viaje acuático pasan desapercibidas, gracias a la distracción que brinda la travesía, la frescura del agua que salpica, los troncos que flotan -y que deben ser esquivados- los cerros cubiertos de vegetación, las aves de diversos colores que pescan a lo largo de la vía fluvial y los animales que se pasean por la ribera, como la capibara, el roedor más grande del planeta, casi del tamaño de un chancho del monte, según explica el guía.

A media travesía, la barcaza se detiene en la orilla del río y el guía invita a apearse el bote para degustar un refrigerio fuera de serie, en medio de una especie de isla, llena de pequeñas y medianas piedras, muy singulares y atractivas, por sus formas y matices, que contrastan con el verde esmeralda intenso de la selva amazónica.

Pero platicar de la gastronomía de este tour es un punto aparte digno de destacar, al que nos referiremos más adelante. Con la barriga llena y el corazón contento, se retoma el recorrido y el sentido de la vista nuevamente se deleita con las espigadas garzas blancas de picos largos y los multicolores loros de vuelo rasante, entre otras aves.

Por el sendero

Horas más tarde, el bote atraca en un puerto cuyo malecón se interna en la selva; se llegó al destino: a San José de Uchupiamonas, en una zona del Parque Madidi; si bien la experiencia vivida, hasta este punto, fue extraordinaria, todavía falta lo mejor del tour.

Mi primera impresión es que se trata de un lugar de ensueño. Y fue bautizado como Chalalán. Se encuentra sobre una superficie selvática de 250 mil hectáreas: es decir, el escenario ideal para vivir una fantasía. Cuando pisamos tierra firme, los jóvenes del lugar se ocupan del equipaje del grupo de visitantes; Chalalán es un emprendimiento empresarial comunitario, que beneficia a más de 180 familias de la región.

El grupo ingresa junto al guía a un sendero rodeado de maleza y árboles medianos y grandes, que incluso llegan a medir entre 60 y 80 metros de altura; en la vegetación selvática, que es como un telón de fondo, se logra admirar toda la variedad de tonalidades del verde.

Con la brisa agradable, la humedad del tropical ambiente se adhiere al cuerpo; algunos monos parecen vigilar a los forasteros desde lo alto de los árboles. Han transcurrido apenas algunos minutos en este ambiente edénico y quedan atrás el estrés y el bullicio de la ciudad. Los oídos se relajan y se deleitan con la fusión del trinar y silbidos de diversos pájaros, el chillido de los simios, el zumbido de los insectos y el croar de las ranas, entre otros, que componen una melodiosa e inolvidable sinfonía.

A partir de ese momento, la melodía de la jungla se convierte en una agradable e inseparable compañía; en las madrugadas, este singular sonido adquiere otros tonos, con la adhesión del aullido de los monos: en conjunto, pareciera que se oye el rugido de animales prehistóricos, que tal vez poblaron este ambiente de ensueño hace milenios.

Al final del sendero de ingreso, cobijado por la sombra de los árboles, surge frente a la vista un nuevo y maravilloso paisaje: un amplio jardín, bajo el cielo azul y el radiante sol, lleno de árboles de cítricos como el limón o el pomelo, entre otros.

En Chalalán

El guía informa que hemos llegado al albergue de Chalalán. Un joven del lugar recibe al grupo visitante, con una sonrisa amable y un refrescante jugo de fruta natural, muy apropiado después de la caminata en medio del clima caluroso.

Unos pasos más adelante y nos encontramos con una espectacular vista, que justifica por qué este lugar es considerado una de las maravillas del planeta: vemos una inmensa laguna circular rodeada de vegetación, en medio de la cual se ven decenas de aves; otra vez Hollywood vuelve a mi mente y evoco La laguna azul de Randal Kleiser. Es increíble comprobar que la naturaleza pone a nuestro alcance lugares tan hermosos y fantásticos, ideales para que los poetas se inspiren, como la laguna Chalalán, donde los visitantes pueden bañarse o dar un paseo a bordo de una canoa.

La laguna es también el escenario de las travesías organizadas para apreciar a las aves en su entorno, en medio de la arboleda de las riberas; se pueden ver golondrinas, garzas y zitos; estas últimas, peculiares por su belleza exótica, sólo pueden volar por 20 segundos continuos, según explica el guía.

El albergue de Chalalán es un ambiente singular, placentero, que irradia paz y tranquilidad en medio de la selva, un verdadero lugar de descanso, donde el celular pierde completamente la señal –y su razón de ser- y la televisión y la radio no tienen cabida.

A un metro por encima del suelo, se construyeron cómodas y agradables cabañas, distribuidas por grupos en un radio de aproximadamente 100 metros, para que los huéspedes tengan privacidad. Sus paredes se construyeron con chonta y su techo se cubrió con jatata u hojas de las palmeras originarias de la región; el piso está recubierto con la madera de los árboles del lugar.

El interior de cada cabaña no tiene nada que envidiar a la habitación de un buen hotel, con baños adjuntos muy higiénicos, elegantes camas protegidas con mosquiteros y muebles elegantes que otorgan comodidad al visitante. Cada cabaña tiene una pequeña terraza al aire libre dotada de una silla de descanso y de una confortable hamaca.

La cabaña más grande del alberque es la del comedor, que también es un bar, situada en el centro del complejo turístico y ecológico; adicionalmente, le dieron la función de museo, para exponer la artesanía tacana. En el desayuno, el almuerzo y la cena, se convierte en el lugar de reunión de todos los visitantes; es cuando se asemeja a la Torre de Babel, porque Chalalán hospeda a turistas de todo el mundo.

La alimentación en el albergue es variada, equilibrada y tiene una sazón particular, para delirio del paladar. La comida es preparada por jóvenes gastrónomos del lugar, muchos de ellos profesionales o instruidos por reconocidos chefs internacionales de Europa, que llegaron para enseñar su arte a cambio de la estadía en Chalalán, explica Rigoberto Pariamo, guía y miembro del directorio de este emprendimiento.

Caminatas exploratorias

Los anfitriones, que son guías muy amables y bien capacitados, organizan diariamente al menos dos caminatas exploratorias por los diversos senderos del bosque, para mostrar a los visitantes la vegetación, la flora, los frutos y los animales selváticos. También hay paseos nocturnos para ver tarántulas, murciélagos y serpientes. O el brillo de los ojos de los caimanes sobre la superficie de la laguna.

En Chalalán, todos los días son de aventura. Los guías tienen dominio sobre el territorio y poseen conocimientos científicos y empíricos sobre cada árbol, fruto, animal, ave o insecto que habita esta parte de la jungla. Durante los paseos exploratorios, se cruzan por el camino mariposas de exóticos colores: azules, verdes y celestes; también se puede observar insectos rojizos, anaranjados y amarillos, que más que volar parecen flotar por el aire, en contraste con otros bichos voladores, cuyos zumbidos y apariencia estremecen. Sin embargo, también son parte de la inolvidable aventura.

Las emociones se multiplican cuando se ve que un camaleón trepa por un tronco, una ardilla salta por las ramas, una tarántula envuelve o momifica a su presa en una telaraña de 30 o más centímetros de diámetro tejida con perfección, un grupo de pequeños monos causa un alboroto en las copas de los árboles o unas aves se posan en los arbustos y se las puede apreciar mejor con el largavistas que, para el efecto, lleva el guía.

La variedad arbórea y vegetal es otra de las atracciones únicas de Chalalán. Hay árboles gigantes, anchos, cuyas bases se parecen a paredes, en especial en el caso de los cedros; largas lianas penden de ellos, como gruesas cuerdas que invitan a colgarse; además, hay especies que tienen más de seis troncos de base, como si tuvieran patas, llamadas “palmeras caminantes” porque experimentan el geotropismo o, lo que es lo mismo, se orientan hacia el sol crecer más; las hojas de las idirias se tornan rojizas al ser frotadas o trituradas con las manos y son aprovechadas para teñir textiles. Abundan, según explican los guías, las plantas medicinales.

Visitar Chalalán no sólo es disfrutar de una increíble aventura, sino apoyar a una comunidad bien organizada, San Juan de Uchupiamonas, que muestra su territorio, sus costumbres, comparte su modo de vida, sus experiencias y sus conocimientos.

Se trata de emprendedores ecológicos que se capacitan en temas gerenciales, aplican a cabalidad la cultura de la buena atención al cliente, administran con excelencia un producto turístico de calidad, mejoran constantemente sus servicios y, lo más importante, obtienen ingresos y utilidades en beneficio de sus pobladores.

Chalalán es un emprendimiento empresarial comunitario, que beneficia a más de 180 familias de la región.

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