martes, 11 de junio de 2013

El Ártico Un tesoro con demasiados herederos

Serguei Petujov (RIA NOVOSTI)

El pasado 21 de mayo Rusia comenzó a celebrar el Día del Explorador Polar. La fecha no es fortuita, precisamente ese día en 1937 en el Polo Norte la estación científica soviética Polo Norte-1 desembarcó sobre hielo por primera vez en la historia.

El segundo desembarco sobre hielo de una base a la deriva se hizo esperar 12 años, hasta 1950.

No es de extrañar que el presidente ruso haya dispuesto incluir esta fecha en el calendario para homenajear a los exploradores polares: el 20% del territorio de Rusia se encuentra dentro del círculo polar ártico.

Esta característica geográfica durante muchos años se consideraba una circunstancia más bien desfavorable para Rusia pero la situación está cambiando. Ya hay cola de los países que quieren ingresar en el Consejo Ártico a pesar de que sus habitantes en su vida han visto hielo fuera de la nevera.

Hay muchos motivos para ellos, pero los principales son dos. El primero es que la plataforma ártica es muy rica en yacimientos de petróleo y gas. El segundo, que a causa del calentamiento global la ruta marítima del norte, una ruta de navegación que une el océano Atlántico con el océano Pacífico a lo largo de las costas de Rusia y cuyas partes ahora sólo están libres de hielo durante dos meses al año, será navegable durante más tiempo haciendo competencia a los canales de Suez y Panamá.

Para no perder su control soberano sobre estas riquezas Rusia tendrá que poner orden en su sector del Ártico.

BASALTO Y GRANITO

En 1999 el barco científico alemán Polarstern (Estrella Polar) recogió muestras del sedimento del fondo marino en las inmediaciones de la Cresta Mendeléev del sector ártico ruso. Al analizarlas, los científicos anunciaron que habían encontrado basaltos en las pruebas.

La presencia de los basaltos indica que esta parte del fondo marino nunca había sido prolongación sumergida de la masa continental, así que no puede ser calificada como ‘plataforma continental’. Como consecuencia, en virtud del Convenio de Ginebra de 1958 sobre plataforma continental y la Convención sobre el Derecho del Mar de 1982, Rusia no tiene derecho a explotar esta parte del fondo marino, Patrimonio Natural de la Humanidad, que no es de nadie.

En agosto de 2000 el buque ruso de investigaciones polares ‘Académico Fiódorov’ se dirigió a la Cresta Mendeléev para desmentir los resultados de los investigadores alemanes. Las muestras recogidas por la expedición rusa contienen granito, lo cual prueba que las cordilleras árticas submarinas de Lomonósov y Mendeléev que se extienden hasta Groenlandia, son la continuación geológica de su plataforma continental. Esto significa que el país conserva su derecho de explotar 1.200.000 kilómetros cuadrados en la Región Ártica, donde se encuentran enormes yacimientos de petróleo y gas.

En el sector del Ártico ruso había más zonas que podrían suscitar controversia. Por lo tanto, Rusia reanudó a partir de 2003 las expediciones científicas polares que desde 2007 se realizan conjuntamente con investigadores extranjeros, para luego evitar las discusiones sobre basalto y granito.

En 2009 los canadienses y los estadounidenses organizaron su propia expedición polar que investigó el fondo marino en sus respectivos sectores del Ártico, no sea que luego lo clasifiquen también como “patrimonio de la humanidad”.

EN LA ENCRUCIJADA

El legendario capitán James Cook fue devorado por los aborígenes de Hawai, el actual estado de Estados Unidos, cuando regresaba tras un intento fallido de encontrar el paso del Noroeste. Es el nombre con el que se conoce la ruta marítima que bordea Norteamérica por el norte, atravesando el océano Ártico y conectando el océano Atlántico y el océano Pacífico. Encontrarlo fue durante siglos una obsesión para los navegantes, pero sólo las fotografías tomadas desde el espacio evidenciaron que su uso sería absolutamente inviable aunque el Ártico se derritiera por completo.

En cambio, el paso Noreste, más conocido en la actualidad como la ruta marítima del Norte, podría tener mejores perspectivas. Pero el almirantazgo británico ya en el siglo XVI había abandonado los proyectos de búsqueda tras perder varios buques atrapados en los hielos del Mar de Barents. Si no hubiera sido por esto, Cook, al pasar por el estrecho de Bering, podría haber ido, en lugar de a la derecha, a la izquierda y de esta manera adelantarse casi un siglo al noruego Fridtjof Nansen y al ruso Iván Papanin.

Ahora también nos encontramos en una encrucijada. El calentamiento global, sean cuales sean sus causas, es una realidad. El hielo del Océano Ártico se derritió a un ritmo récord en 2012, el noveno año más cálido desde que se iniciaron los registros al respecto, en 1979.

A este paso la ruta marítima del Norte no tardará en convertirse en el camino más corto entre el Pacífico y el Atlántico, lo cual supondría un importante beneficio para Rusia.

EXPLORADORES POLARES DE LOS SUBTRÓPICOS

El polo norte, donde el océano Glacial Ártico se halla congelado casi en su tota-lidad, fue dividido en cinco sectores que delimitaban las posesiones circumpola-res de los países adyacentes: Canadá, Estados Unidos, Rusia, Noruega y Dina-marca. Pero ahora esta región se ha vuelto tan popular que incluso los países subtropicales pretenden convertirse en exploradores polares y solicitan ingreso en el Consejo Ártico.

Creado en 1996, este or-ganismo tiene por objetivo “fomentar la cooperación, coordinación y interacción entre los Estados Árticos, con la participación de las comunidades indígenas del Ártico” y ocuparse de los temas relativos al “desarro-llo sostenible y la protec-ción del medioambiente del Ártico”.

Al principio fue formado por ocho miembros permanentes con derecho a voto: los estados ya enumerados y otras tres naciones árticas: Islandia, Finlandia y Suecia. Luego se incorporaron al consejo los observadores (sin derecho a voto): Reino Unido, Francia, Alemania, España, Holanda y Polonia.

En la última cumbre se les unieron otros seis países: China, Italia, Japón, Corea del Sur, India y Singapur que de repente se preocuparon por la libertad de expresión de los pueblos árticos y el bienestar de los osos polares.

De esta manera el Consejo Ártico quedó convertido en una herramienta geopolítica de control sobre los estados árticos para no permitir que dispongan de territorios más allá del Círculo Polar según se les antoje.

LOS VOLUNTARIOS SON BIENVENIDOS

Cuando en 2003 el gobierno ruso decidió reanudar las investigaciones polares mediante expediciones científicas en las bases flotantes, abandonadas tras la desintegración de la URSS, los funcionarios tuvieron tanta prisa en cumplir las órdenes del Kremlin que la primera expedición terminó en fracaso. El témpano de hielo que se había elegido, según los exploradores, por los altos cargos, se agrietó mucho antes del plazo previsto para finalizar la expedición.

Cinco meses más tarde el ya menciona-do barco alemán Polarstern en medio del estrecho de Fram dio con un fragmento del témpano que había albergado la estación flotante rusa. Entre muchos indicios de una apresurada evacuación destacaban barriles con combustible apilados y abandona-dos a su suerte, cosa absolutamente inad-misible según todos los convenios y las reglas no escritas de los exploradores polares.

Entonces, por solidaridad profesional, los alemanes pu-sieron orden en el témpano sin armar ruido e incluso enviaron los efectos personales de los desventurados expedicionarios rusos a San Pe-tersburgo. Tal vez ahora no hagan lo mismo. Es más que probable que el Consejo Árti-co por lo menos plantee tomar bajo estricto control internacional cualquier actividad de Rusia en la región.

El presidente ruso Vladimir Putin en múltiples ocasiones habló de la necesidad de hacer una “limpieza general” en el Ártico. El gobierno ruso destinó 2.300 millones de rublos (unos 77 millones de dólares) para estos fines. Por lo visto con esto no basta porque en abril de este año los medios informaron que en la limpieza participarían voluntarios. Si los voluntarios no cumplen con esta misión, todos los rusos les tendremos que echar una mano. Porque si no, algún país subtropical podrá exigir la expulsión de Rusia del Consejo Ártico.

UN EQUILIBRIO IMPOSIBLE

Si nos centramos en la catástrofe ecológica del Ártico, habrá que reconocer que la amenaza proviene precisamente de las condiciones climáticas que beneficiarían a la Humanidad.

El calentamiento que convertiría en navegable la ruta marítima del Norte destruirá los únicos y extremadamente frágiles ecosistemas de las regiones polares. Los osos polares se extinguirán. Se irán muriendo pero no del calor como aseguran los ‘verdes’­­ sino del hambre, porque se extinguirán las focas, que son su alimento principal. Y las focas se extinguirán porque desaparecerá el bacalao polar, un pez que para el desove necesita aguas heladas.

Por otra parte, el calentamiento global no significa que más allá del círculo polar hará el mismo calor que en Singapur. Y las aguas frías son altamente susceptibles a los derrames de petróleo que no se descompone sino se hunde hasta el fondo del mar matando a todo ser vivo.

De ahí que hallar un equilibrio que permita aprovechar los recursos del Ártico sin hacerle daño a la región es casi imposible.

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