martes, 30 de octubre de 2012

El Silala es un hilo de agua en medio del gélido desierto

Desde los bofedales esparcidos por un inmenso desierto frío del altiplano, se escurre el líquido que da origen a manantiales que recorren varios kilómetros, hasta dar vida a la escasa fauna y flora que existe por el extremo sur del país.

Uno de estos manantiales es el del Silala, que entre los cerros de Cahuana, Ojo de Perdiz y el cerro de Silala, en el cantón Quetena de la provincia Sud Lípez, departamento de Potosí, sus aguas bajan solitarias para cruzar hacia Chile, donde son utilizadas en la actividad minera y por la población de Antofagasta.

Por muchos kilómetros, el manantial apenas es un hilo de agua que baja por su cauce, en parte natural y en otra canalizado por los chilenos para aprovechar el recurso natural. Llegando a la frontera con el país trasandino, a más de 4.300 msnm, llegan a convertirse en caídas de agua, creadas por la unión de vertientes que fueron instaladas artificialmente por los chilenos.

Hace apenas cinco años se instaló un puesto militar, Mayor de Infantería José Mendizábal, a pasos de esas aguas totalmente cristalinas y bebibles, para resguardar su soberanía y que ahora son la vanguardia del primer proyecto de criadero de truchas, para el uso de las aguas en beneficio del municipio de San Pablo de Lípez, el más cercano al Silala, que tiene unas 673 familias.

La ciudad de Potosí dista a unos 835 kilómetros de Quetena. La población de Uyuni es el paso obligado para llegar al Silala. Hasta allí, el camino es transitable. Más adelante hay dificultades, pero en contraste el visitante puede apreciar hermosos paisajes.

La zona se asemeja a un desierto, donde no hay cultivos de quinua u otro producto, ni comunidades cercanas al manantial. Página Siete estuvo en la zona acompañando una caravana.

El salar de Uyuni, la laguna Colorada, la laguna Blanca, la laguna Hedionda, el árbol de piedra, los inmensos cerros y las distancias inalcanzables para la vista son una parte de esos cuadros paisajísticos. Por kilómetros, al lado del camino, acompaña el Valle de las Piedras, donde el turista se entretiene inventando formas con las rocas polimorfas.

A lo lejos se divisan las rojizas “medias” de los flamencos asentados en las lagunas y otras aves de diferentes especies. De cuando en cuando se ven camiones y máquinas que trabajan en algunos yacimientos mineros que operan por la zona.

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